“¡Isolda!” grita alguien a lo lejos.
Tardo unos cuantos segundos en reaccionar. Es como si
llamasen a otra persona y es que por más que lo intento no acabo de
identificarme con ese nombrecito que siempre viene acompañado de la chistosa
frase “Vaya, Isolda, ¿dónde has dejado a Tristán?”. Ja, me parto de la risa.
Mi abuela llega hasta mí y se agarra a mi brazo, medio
asfixiada. No sé si su fatiga se debe a que ha acelerado el paso o a que el
chaleco salvavidas, que llevaba tan ceñido como un corsé, apenas la deja
respirar.
Me ofrezco para aflojarle la cinta que la aprieta con saña,
pero ella me da un sonoro manotazo que dice a las claras un “ni se te ocurra”.

Yo creo que esto debe ser el karma o algo por el estilo
porque llevo una temporada fina. Primero, mi novio me deja por mi jefa (a ver
quién no se traumatiza con eso!). Después, decido cambiar de aires para reparar
mi corazón hecho trizas y la abuela se pega como una lapa a mí. “¿Te vas al mar
Egeo sin tu querida abuela? ¡Pero bueno! No te atreverás a dejarme en tierra
¿verdad?”.
Y yo, como soy una sentimental, la traje conmigo aunque
prefería haber venido con unos amigos. No me malinterpretes, quiero mucho a mi
abuela pero los únicos temas de los que puedes hablar con ella son la guerra,
sus achaques y, cuando tiene el día especialmente alegre, sobre cómo le
gustaría estirar la pata. En definitiva, es la compañía apropiada para alguien
que intenta no caer en una depresión de caballo.
En fin, y ahora para rematar la fiesta, el crucero se hunde.
Madre mía, estoy batiendo mi propio récord de desgracias
seguidas.
Escucho cómo mi abuela se pone a rezar por enésima vez y yo,
que ya ni me acuerdo del Ave María, tarareo una canción. En momentos como
estos, en los que la tensión se palpa en el ambiente, se cree en imposibles y
te das cuenta de lo insignificantes y vulnerables que somos todos. Ya ves, hace
unas horas, estaba tirada en una hamaca tomando el sol y, de pronto, me
encuentro en plena noche (hace un frío que pela) con un ridículo chaleco
salvavidas, cantando “we are the champions” (es la única melodía que me ha
venido a la cabeza ¿vale?).
La tripulación empieza a sacar los botes salvavidas y la
gente se apelotona para subirse a ellos cuanto antes. Miro al cielo. Las
estrellas me devuelven indiferentes la mirada.
“Por favor, por favor, que salga viva de esta” ruego en
silencio a esos luceros que parecen ajenos a lo que ocurre.
¿Por qué les confiamos nuestros deseos a las estrellas?
¡Están a años luz de nosotros, así que bien poco nos van a solucionar!
Sin embargo, lo que está muy lejos nos inspira confianza,
sabemos que nuestros sueños están a salvo allí. No hay nada que pueda romperlos
porque están libres para expandirse por el espacio. El tiempo tal vez los
traiga de regreso…Tal vez sus rasgos hayan variado un poco, para despistarnos y
que no les prestemos mucha atención…De esa manera, seguirán evolucionando sin
ser esclavos de quien los creó.
¡Vaya! ¿Has visto? Desde luego, tengo que estar al borde del
abismo para se me ocurran estas ideas tan profundas. Qué pena que no tenga un
cuaderno para apuntarlas.
Ahora que lo pienso, me voy a quedar sin nada porque todo
estaba en mi camarote. Echaré de menos ese vestido tan mono que compré con mis
ahorros para…
Oh, Dios, ya me vuelve a salir la vena frívola. Ya sabía yo
que ese momento de inspiración poética no podía durar mucho.
En fin, ¿qué pasa aquí? ¿Cuándo subimos a esos malditos
botes? ¡Venga!
La abuela sigue a lo suyo, rezando. Y, visto lo visto,
ningún Leonardo di Caprio va a salvarme el pellejo como en la película ni
tampoco ningún Tristán…así que voy a tener que rescatarme a mí misma.
Cojo a la abuela y la llevo conmigo hasta la zona donde está
situado uno de los botes.
Hay cola para subir pero cuando llega el turno de la abuela,
un tipo se cuela como si tal cosa. ¡Pero bueno! ¿Dónde se ha quedado la
caballerosidad?
Me pongo a insultarle pero la abuela me corta en seco con un
“flaquilla, calla, no querrás que unas palabrotas sean el último recuerdo que
tenga de ti ¿verdad?”.
Está claro que siempre se puede contar con ella para
aligerar una atmósfera dramática.
Finalmente, tras muchos intentos y amenazas por mi parte,
conseguimos ocupar nuestros asientos en un bote.
Y no sé por qué, me echo a llorar. En serio. Siempre he sido
un poco de efecto retardado pero esto ya es el colmo, estoy en un barco que se
va a pique y yo estoy tan pancha pensando sobre lo divino y lo humano y ahora
que ya sé que he salido de este lío, me dejo llevar por el llanto.
“Tranquila, todo irá bien” dice alguien a mi lado. Alzo la
mirada y, por alguna extraña razón, ese rostro completamente desconocido me resulta
familiar. Entonces me doy cuenta de que…
Oh, Dios, qué dolor de cabeza tengo. Abro los ojos con
esfuerzo, porque los párpados me pesan como ladrillos.
Estoy en la habitación de un hospital. ¿Cuándo me desmayé?
¿Me quedaría inconsciente en el bote?
-
Me alegro de que, por fin, haya
despertado.- comenta una mujer que está escrutándome críticamente. Lleva una
bata blanca por lo que deduzco que es un médico.
-
¿Y el barco?- pregunto atontada.
-
¿Qué barco? Ah, ya veo, que ha estado
soñando.
-
¿Soñando…?- inquiero estúpidamente. Oh, menos
mal que todo ha sido una pesadilla, a pesar de que al final las cosas parecían
ir mejor…- ¿Qué? ¿Qué ha pasado?- añado una vez me recupero de la impresión.
La mujer me observa con una sonrisa comprensiva.
-
Le cayó encima una estantería de libros
cuando estaba en la biblioteca.
Vaya, veo que mi suerte sigue siendo la misma tanto en
sueños como en la realidad. Genial, eso me consuela.
-
Se ha llevado un buen golpe en la cabeza
pero afortunadamente no ha sufrido daños serios.
Ah, ahora que lo dice algo recuerdo…Había ido para coger
unos libros de arte, ya sabes, para hacerme más culta y esas historias, pero
está claro que el rollo intelectual no me va nada. No voy a volver a ir a una
biblioteca ni aunque me paguen, sólo iré de compras por ahí…aunque ahora que lo
pienso con el mal de ojo que me han echado, lo más probable es que se caigan
encima todos los maniquíes de la tienda.
-
Afortunadamente, un joven que pasaba por
allí la apartó justo a tiempo, de lo contrario, esa estantería podía haberla
aplastado.
¿Eh?
Alguien avanza ante su mención. Alguien que había pasado
inadvertido a mis ojos hasta ahora.
Un momento, esa cara… ¡Pero si es el mismo chico del bote
salvavidas!
Oh, oh, ¡creo que estoy alucinando! Espero que no sea otro
sueño.
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