lunes, 12 de marzo de 2012

Náufraga


“¡Isolda!” grita alguien a lo lejos.
Tardo unos cuantos segundos en reaccionar. Es como si llamasen a otra persona y es que por más que lo intento no acabo de identificarme con ese nombrecito que siempre viene acompañado de la chistosa frase “Vaya, Isolda, ¿dónde has dejado a Tristán?”. Ja, me parto de la risa.
Mi abuela llega hasta mí y se agarra a mi brazo, medio asfixiada. No sé si su fatiga se debe a que ha acelerado el paso o a que el chaleco salvavidas, que llevaba tan ceñido como un corsé, apenas la deja respirar.
Me ofrezco para aflojarle la cinta que la aprieta con saña, pero ella me da un sonoro manotazo que dice a las claras un “ni se te ocurra”.
Contemplamos en silencio la gente que se apiña en una parte de la cubierta, como si la compañía fuera a proporcionarles protección en un barco que se balancea peligrosamente. Me pregunto nuevamente cómo se me ocurrió la estúpida idea de ir de crucero por el mar Egeo. En serio, ojalá hubiera estado dormida en el momento en que compré los billetes para mi abuela y para mí.
Yo creo que esto debe ser el karma o algo por el estilo porque llevo una temporada fina. Primero, mi novio me deja por mi jefa (a ver quién no se traumatiza con eso!). Después, decido cambiar de aires para reparar mi corazón hecho trizas y la abuela se pega como una lapa a mí. “¿Te vas al mar Egeo sin tu querida abuela? ¡Pero bueno! No te atreverás a dejarme en tierra ¿verdad?”.
Y yo, como soy una sentimental, la traje conmigo aunque prefería haber venido con unos amigos. No me malinterpretes, quiero mucho a mi abuela pero los únicos temas de los que puedes hablar con ella son la guerra, sus achaques y, cuando tiene el día especialmente alegre, sobre cómo le gustaría estirar la pata. En definitiva, es la compañía apropiada para alguien que intenta no caer en una depresión de caballo.
En fin, y ahora para rematar la fiesta, el crucero se hunde.
Madre mía, estoy batiendo mi propio récord de desgracias seguidas.
Escucho cómo mi abuela se pone a rezar por enésima vez y yo, que ya ni me acuerdo del Ave María, tarareo una canción. En momentos como estos, en los que la tensión se palpa en el ambiente, se cree en imposibles y te das cuenta de lo insignificantes y vulnerables que somos todos. Ya ves, hace unas horas, estaba tirada en una hamaca tomando el sol y, de pronto, me encuentro en plena noche (hace un frío que pela) con un ridículo chaleco salvavidas, cantando “we are the champions” (es la única melodía que me ha venido a la cabeza ¿vale?).
La tripulación empieza a sacar los botes salvavidas y la gente se apelotona para subirse a ellos cuanto antes. Miro al cielo. Las estrellas me devuelven indiferentes la mirada.
“Por favor, por favor, que salga viva de esta” ruego en silencio a esos luceros que parecen ajenos a lo que ocurre.
¿Por qué les confiamos nuestros deseos a las estrellas? ¡Están a años luz de nosotros, así que bien poco nos van a solucionar!
Sin embargo, lo que está muy lejos nos inspira confianza, sabemos que nuestros sueños están a salvo allí. No hay nada que pueda romperlos porque están libres para expandirse por el espacio. El tiempo tal vez los traiga de regreso…Tal vez sus rasgos hayan variado un poco, para despistarnos y que no les prestemos mucha atención…De esa manera, seguirán evolucionando sin ser esclavos de quien los creó.
¡Vaya! ¿Has visto? Desde luego, tengo que estar al borde del abismo para se me ocurran estas ideas tan profundas. Qué pena que no tenga un cuaderno para apuntarlas.
Ahora que lo pienso, me voy a quedar sin nada porque todo estaba en mi camarote. Echaré de menos ese vestido tan mono que compré con mis ahorros para…
Oh, Dios, ya me vuelve a salir la vena frívola. Ya sabía yo que ese momento de inspiración poética no podía durar mucho.
En fin, ¿qué pasa aquí? ¿Cuándo subimos a esos malditos botes? ¡Venga!
La abuela sigue a lo suyo, rezando. Y, visto lo visto, ningún Leonardo di Caprio va a salvarme el pellejo como en la película ni tampoco ningún Tristán…así que voy a tener que rescatarme a mí misma.
Cojo a la abuela y la llevo conmigo hasta la zona donde está situado uno de los botes.
Hay cola para subir pero cuando llega el turno de la abuela, un tipo se cuela como si tal cosa. ¡Pero bueno! ¿Dónde se ha quedado la caballerosidad?
Me pongo a insultarle pero la abuela me corta en seco con un “flaquilla, calla, no querrás que unas palabrotas sean el último recuerdo que tenga de ti ¿verdad?”.
Está claro que siempre se puede contar con ella para aligerar una atmósfera dramática.
Finalmente, tras muchos intentos y amenazas por mi parte, conseguimos ocupar nuestros asientos en un bote.
Y no sé por qué, me echo a llorar. En serio. Siempre he sido un poco de efecto retardado pero esto ya es el colmo, estoy en un barco que se va a pique y yo estoy tan pancha pensando sobre lo divino y lo humano y ahora que ya sé que he salido de este lío, me dejo llevar por el llanto.
“Tranquila, todo irá bien” dice alguien a mi lado. Alzo la mirada y, por alguna extraña razón, ese rostro completamente desconocido me resulta familiar. Entonces me doy cuenta de que…

Oh, Dios, qué dolor de cabeza tengo. Abro los ojos con esfuerzo, porque los párpados me pesan como ladrillos.
Estoy en la habitación de un hospital. ¿Cuándo me desmayé? ¿Me quedaría inconsciente en el bote?
-          Me alegro de que, por fin, haya despertado.- comenta una mujer que está escrutándome críticamente. Lleva una bata blanca por lo que deduzco que es un médico.
-          ¿Y el barco?- pregunto atontada.
-          ¿Qué barco? Ah, ya veo, que ha estado soñando.
-          ¿Soñando…?- inquiero estúpidamente. Oh, menos mal que todo ha sido una pesadilla, a pesar de que al final las cosas parecían ir mejor…- ¿Qué? ¿Qué ha pasado?- añado una vez me recupero de la impresión.
La mujer me observa con una sonrisa comprensiva.
-          Le cayó encima una estantería de libros cuando estaba en la biblioteca.
Vaya, veo que mi suerte sigue siendo la misma tanto en sueños como en la realidad. Genial, eso me consuela.
-          Se ha llevado un buen golpe en la cabeza pero afortunadamente no ha sufrido daños serios.
Ah, ahora que lo dice algo recuerdo…Había ido para coger unos libros de arte, ya sabes, para hacerme más culta y esas historias, pero está claro que el rollo intelectual no me va nada. No voy a volver a ir a una biblioteca ni aunque me paguen, sólo iré de compras por ahí…aunque ahora que lo pienso con el mal de ojo que me han echado, lo más probable es que se caigan encima todos los maniquíes de la tienda.
-          Afortunadamente, un joven que pasaba por allí la apartó justo a tiempo, de lo contrario, esa estantería podía haberla aplastado.
¿Eh?
Alguien avanza ante su mención. Alguien que había pasado inadvertido a mis ojos hasta ahora.
Un momento, esa cara… ¡Pero si es el mismo chico del bote salvavidas!
Oh, oh, ¡creo que estoy alucinando! Espero que no sea otro sueño.


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