viernes, 24 de febrero de 2012

Micro-relatos

La buscadora de estrellas

Contempló la ciudad desde las alturas, concretamente desde un tejado.
Ella no tenía vértigo, de hecho, siempre caía de pie, ilesa, cómplice de la gravedad…
Al cabo de unos minutos de aparente estatismo, la luna se mostró en todo su esplendor, sin embargo, ella no se fijó en ese detalle. Rara vez miraba aquel manto plagado de luceros, sino a la tierra, a lo que ella podía aspirar a rozar…
Además, su pasatiempo favorito era buscar estrellas en el suelo firme.
Pues ella tenía una teoría, una teoría a la que consagraba toda su existencia y era la siguiente:
Si el mar, los ríos y toda superficie líquida podía reflejar el cielo (algo que siempre le inspiraba miedo porque daba una sensación de abismo interminable) ¿por qué no iba a hacerlo la tierra?
Había personas que se correspondían con los nubarrones porque tamizaban los rayos de los astros a los que no podían equiparar, otras que resultaban tan insulsas y aburridas, como un día sin lluvia y sin luz. Luego, había una minoría que brillaba con luz propia, las que vendrían a ser las estrellas.
Y la misión que ella se había encomendado era juntar estrellas, ayudarlas a encontrarse, a formar una constelación que iluminase más ese mundo.
Había noches en que no había suerte y no hallaba ni un sola estrellita, de hecho, llevaba ya varios meses sin novedades, cosa que la decepcionaba y la hacía dudar de su deber.
Y es que tanto buscarlas como reconocerlas no era una tarea sencilla.
Suspiró. ¡Todo habría sido infinitamente más fácil si no hubiera sido una simple gata!

La victoria

Adrián tarareó la canción que sonaba a todo volumen en su mp4 mientras llenaba de sombras la figura que estaba dibujando: la escultura de la Victoria de Samotracia.
Le traía tantos recuerdos aquella obra, el movimiento inusitado de sus alas, el misterio de su silueta arrasada en parte por el paso del tiempo…

Dos pirámides de cristal descomponían los rayos del sol en colores, unos colores  que precedían el manantial de luces y tonalidades que poblaban las obras que ocultaban…
-    ¿Este es el Louvre?- preguntó un niño de corta edad a su madre.
-    Sí, este es el Louvre, Adrián.- asintió ella con una cálida sonrisa.
-    ¡Qué pasada!.- susurró él, cuando se adentraron en aquel paraíso del arte.
Todo era tan grande, tan amplio, tan…especial.
-    ¿Por dónde quieres empezar?
¡Uf!, qué pregunta. ¡Había tantas cosas que ver!
Adrián se mordió el labio inferior,  indeciso.
-    Quiero ver la victoria esa tan famosa.- dijo al fin.
La mujer ensanchó su sonrisa. Ella siempre le describía esa escultura con entusiasmo, inventaba entretenidos cuentos que tenían como protagonista a la estatua y por eso Adrián estaba deseando ver con sus propios ojos esa maravilla de la que siempre oía hablar a su madre.
Pero, ¡vaya! ¡Se hacía de rogar llegar hasta el lugar exacto donde estaba la victoria en cuestión! Menudo recorrido tan enrevesado, ¡qué impaciencia!
-    ¡Jo!, yo creo que paso.- murmuró Adrián al cabo de un rato.
Su madre lo miró fijamente con una seriedad que le sorprendió.
-    Jamás te rindas, aunque se te ponga todo en contra sigue adelante...- hizo una leve  pausa y subió unas escaleras con Adrián.- Porque la recompensa, la victoria aparece cuando menos te lo esperas…
Y, justo en ese preciso instante, la Victoria de Samotracia se mostró esplendorosa ante ellos, se encontraba precisamente enfrente de la escalera.
Adrián abrió la boca de par en par y cruzó una mirada cómplice con la mujer que se reía alegre.
Sí, definitivamente la victoria era hermosa.
El niño se dedicó a observar la obra desde todos los puntos de vista posibles y llegó a la conclusión de que era perfecta, ¡a pesar de que le faltasen la cabeza y los brazos! Poseía un encanto y una elegancia que la hacían inimitable, única…
-    ¿Qué es? ¿Qué tiene?
-    Libertad.- contestó su madre enigmática.
-    ¿Libertad?- inquirió él, confuso.


Sólo muchos años más tarde llegaría a comprender el significado de esas palabras, cuando tuviese que retratar a la Victoria.
“Las alas son lo que permanece, aún cuando lo demás desaparece, la libertad, el ansia de echar a volar nadie nos lo puede arrebatar, ¡es nuestro y solamente nuestro!”reflexionó él mientras arrojaba luces y sombras sobre su dibujo, dotándolo de un mayor realismo.

Espejismo

Miró en derredor, buscando, siguiendo el rastro de un ayer que ya se había dado a la fuga… ¿o no?
Esa manera de caminar y esa cara le sonaban de algo.
Aquel viejo amigo cruzó la calle y ella quiso ir tras él para cerciorarse de si realmente era quien ella creía que era. ¿O se trataría de un espejismo más?
Intentó hacerse paso entre el gentío que la separaba de él pero cuando estaba a punto de alcanzarle, alguien la llamó y ella se detuvo. Esos segundos, esos instantes de vacilación, la salvaron del pasado y la hicieron regresar a su presente.
Bienvenid@ a Devenir!

Devenir significa transformación y me pareció el nombre más adecuado para titular este blog en el que colgaré todos mis escritos para la asignatura Escritura creativa II.
Antes de empezar a publicar relatos, me gustaría recordar unas palabras del filósofo Arthur Schopenhauer que retoman esa idea de devenir: “El cambio es la única cosa inmutable”.